El Cojo y el Ciego
En un bosque cerca de la ciudad vivían dos vagabundos. Uno era ciego y
otro cojo; durante el día entero en la ciudad competían el uno con el otro.
Pero una noche sus chozas se incendiaron porque todo el bosque ardió. El ciego podía escapar, pero no podía ver hacia donde correr, no podía ver hacia donde todavía no se había extendido el fuego. El cojo podía ver que aún existía la posibilidad de escapar, pero no podía salir corriendo – el fuego era demasiado rápido, salvaje- , así pues, lo único que podía ver con seguridad era que se acercaba el momento de la muerte.
Los dos se dieron cuenta que se necesitaban el uno al otro. El cojo tuvo
una repentina claridad: «el otro hombre, el ciego, puede correr, y yo puedo
ver». Olvidaron toda su competitividad.
En estos momentos críticos en los cuales ambos se enfrentaron a la
muerte, necesariamente se olvidaron de toda estúpida enemistad, crearon una
gran síntesis; se pusieron de acuerdo en que el hombre ciego cargaría al cojo
sobre sus hombros y así funcionarían como un solo hombre, el cojo puede ver, y
el ciego puede correr. Así salvaron sus vidas. Y por salvarse naturalmente la
vida, se hicieron amigos; dejaron su antagonismo.
“Dios, de su gran variedad de dones
espirituales, les ha dado un don a cada uno de ustedes. Úsenlos bien para
servirse los unos a los otros.” 1 Pedro 4:10 (NTV)
Nunca olvidemos que nos necesitamos
los unos a los otros. ¡Fuimos hechos para trabajar en equipo! Esta es la
clave del éxito: Construye tus fortalezas para que tus debilidades se vuelvan
irrelevantes.