–
Maestro, ayer en el autobús venía una mujer bailando y contorsionándose en su
asiento al compás de la música. Parecía una loca y todos la mirábamos sin decir
nada. ¿Es que se puede no tener vergüenza?
–
Hijo, tu deberías tener vergüenza de tu observación y pregunta. Por lo que
me
dices, esa mujer era el único ser feliz en ese ómnibus; todos los demás eran
palos secos preocupados de sus pequeñas cosas y del qué dirán los demás.
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