SEGUNDO DIA 17 DE DICIEMBRE
El verbo eterno se halla a
punto de tomar su naturaleza creada en la santa casa de Nazaret, en donde
moraban María y José. Cuando la sombra del decreto divino vino a deslizarse
sobre ella, María estaba sola y engolfada en la oración. Pasaba las silenciosas
horas de la noche en la unión más estrecha con Dios; y mientras oraba, el Verbo
tomó posesión de su morada creada. Sin embargo, no llegó inopinadamente: antes
de presentarse envió a un mensajero, que fue Arcángel San Gabriel para pedir a
María de parte de Dios su consentimiento para la encarnación. El creador no
quiso efectuar ese gran misterio sin la aquiescencia de su criatura.
Aquel momento fue muy solemne: era potestativo
en María rehusar... Con qué adorables delicias, con qué inefable complacencia
aguardaría la Santísima Trinidad a que María abriese los labios y pronunciase
el "sí" que debió ser suave melodía para sus oídos, y con el cual se
conformaba su profunda humildad a la omnipotente voluntad divina. La Virgen
Inmaculada ha dado su asentimiento. El arcángel ha desaparecidos. Dios se ha
revestido de una naturaleza creada; la voluntad eterna está cumplida y la
creación completa. En las regiones del mundo angélico estalla el júbilo
inmenso, pero la Virgen María ni le oía ni le hubiese prestado atención a él.
Tenía inclinada la cabeza y su alma estaba sumida en el silencio que se
asemejaba al de Dios. El Verbo se había hecho carne, y aunque todavía invisible
para el mundo, habitaba ya entre los hombres que su inmenso amor había venido a
rescatar. No era ya sólo el Verbo eterno; era el Niño Jesús revestido de la
apariencia humana, y justificando ya el elogio que de Él han hecho todas las
generaciones en llamarle el más hermoso de los hijos de los hombres.
TERCER DIA 18 DE DICIEMBRE
Así había comenzado su vida encarnada el Niño Jesús. Consideremos
el alma gloriosa y el santo cuerpo que había tomado, adorándolos profundamente.
Admirado en el primer lugar en el alma de ese Divino Niño, considerarnos en
ella la plenitud de su gracia santificadora; la de su ciencia beatífica, por lo
cual desde el primer momento de su vida vio la divina esencia más claramente
que todo los ángeles y leyó lo pasado y lo por venir con todos sus arcanos
conocimientos. No supo por adquisición nada que no supiese por infusión desde
el primer momento de su ser; pero Él adoptó todas las enfermedades de nuestra
naturaleza a que dignamente podía someterse, aun cuando no fuese necesario para
la grande obra que debía cumplir. Pidámosle que sus divinas facultades suplan
la debilidad de las nuestras y les den nueva energía; que su memoria nos enseñe
a recordar sus beneficios, su entendimiento a pensar en Él, su voluntad a no
hacer sino lo que Él quiere y en servicio suyo.
Del alma del Niño Jesús pasemos ahora a su cuerpo, que era un mundo de
maravillas, una obra maestra de la mano de Dios. No era, como el nuestro, una
traba para el alma; era, por el contrario, un nuevo elemento de santidad. Quiso
que fuese pequeño y débil como el de los niños, y sujeto a todas las
incomodidades de la infancia, para asemejarse más a nosotros y participar de
nuestras humillaciones. El Espíritu Santo formó ese cuerpecillo divino con tal
delicadeza y tal capacidad de sentir, que pudiese sufrir el exceso para cumplir
la grande obre de nuestra redención. La belleza de ese cuerpo divino fue
superior a cuanto divino fue superior a cuanto se ha imaginado jamás; la divina
sangre que por sus venas empezó a circular desde el momento de la encarnación
es la que lava todas las manchas del mundo culpable. Pidámosle que lave las
nuestra en el sacramento de la penitencia, para que el día de su Navidad nos
encuentre purificados, perdonados y dispuestos a recibirle con amor y provecho
espiritual.
CUARTO DIA 19 DE DICIEMBRE
Desde el seno de su madre comenzó el Niño Jesús a poner en
práctica su entera sumisión a Dios, que continuó sin la menor interrupción
durante toda su vida. Adoraba a su Eterno Padre, le amaba, se sometía a su
voluntad, aceptaba con resignación el estado en que se hallaba conociendo toda
su debilidad, toda su humillación, todas sus incomodidades. ¿Quién de nosotros
quisiera retroceder a un estado semejante con el pleno goce de la razón y de la
reflexión?, ¿quién pudiera sostener a sabiendas un martirio tan prolongado, tan
penoso de todas maneras?. Por ahí entró el Divino Niño en su dolorosa y humilde
carrera; así empezó a anonadarse delante de su Padre, a enseñarnos lo que Dios
merece por parte de su criatura, a expiar nuestro orgullo, origen de todos
nuestros pecados, y hacemos sentir toda la criminalidad y desórdenes del
orgullo.
Deseamos hacer una verdadera oración; empecemos por formarnos de ella una
exacta idea contemplando al Niño en el seno de su madre, El Divino Niño ora y
ora del modo más excelente. No habla, no medita ni se deshace en tiernos
afectos. Su mismo estado, aceptado con la intención de honrar a Dios, es su
oración y ese estado expresa altamente todo lo que Dios merece y de qué modo
quiere ser adorado por nosotros.
Unámonos a las oraciones del Niño Dios en el seno de María;
unámonos al profundo abatimiento y sea este el primer afecto de nuestro
sacrificio a Dios. Démonos a Dios, no para ser algo como lo pretende
continuamente nuestra vanidad, sino para ser nada, para quedar eternamente
consumidos y anonadados, para renunciar a la estimulación de nosotros mismos, a
todo cuidado de nuestra grandeza aunque sea espiritual, a todo movimiento de
vanagloria. Desaparezcamos a nuestros propios ojos y que Dios sólo sea todo
para nosotros.
QUINTO DIA 20 DE DICIEMBRE
Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño Jesús en el seno de
su purísima Madre; veamos hoy toda la vida que llevaba también María durante el
mismo espacio de tiempo. Necesidad hoy de que no tengamos en ella si queremos
comprender, en cuanto es posible a nuestra limitada capacidad, los sublimes
misterios de la encarnación y e l modo como hemos de corresponder a ellos.
María no cesaba de aspirar por el momento en que gozaría de esa
visión beatifica terrestre; la faz de Dios encarnado. Estaba a punto de ver
aquella faz humana que debía iluminar el cielo durante toda la eternidad, Iba a
leer el amor filial en aquellos mismos ojos cuyos rayos deberían esparcir para
siempre la felicidad en millones de elegidos. Iba a ver aquel rostro todos los
días, a todas horas, cada instante, durante muchos años. Iba a verle en la
ignorancia aparente de la infancia, en los encantos particulares de la juventud
y en la serenidad reflexiva de la edad madura... Haría todo lo que quisiese de
aquella faz divina; podría estrecharla contra la suya con toda la libertad del
amor materno; cubrir de besos los labios que deberían pronunciar la sentencia a
todos los hombres; contemplarla a su gusto durante su sueño o despierta, hasta
que la hubiese aprendido de memoria...¡cuán ardientemente deseaba ese día!.
Tal era la expectativa de María...era inaudita en sí misma, mas no por eso
dejaba de ser el tipo magnífico de toda la vida cristiana. No nos contentemos
con admirar a Jesús residiendo en María, sino por esencia, potencia y
presencia.
Sí, Jesús nace continuamente en nosotros y de nosotros, por las
buenas obras que nos hace capaces de cumplir y por nuestra cooperación a la
gracia; de manera que el alma del que se halla en gracia es un seno perpetuo de
María, un Belén interior sin fin. Después de la comunión Jesús habita en
nosotros, durante algunos instantes, real y sustancialmente como Dios y como
hombre, porque el mismo Niño que estaba en María está también en el Santísimo
Sacramento. ¿Qué es todo esto sino una participación de la vida de María
durante esos maravillosos meses, y una expectativa llena de delicias como la
suya.
SEXTO DIA 21 DE DICIEMBRE
Jesús había sido concebido en Nazaret, domicilio de José y
María, y allí era de creerse que había de nacer, según todas las
probabilidades. Más Dios lo tenía dispuesto de otra manera y los profetas
habían anunciado que el mesías nacería en Belén de Judá, ciudad de David. Para
que se cumpliese esa predicción, Dios se sirvió de un medio que no parecía
tener ninguna relación con este objeto, a saber la orden dada por el emperador
Augusto, que todos los súbditos del imperio romano se empadronasen en el lugar
de donde eran originarios. María y José, como descendientes que eran de David,
no estaban dispensados de ir a Belén. Ni la situación de la Virgen Santísima ni
la necesidad en que estaba José del trabajo diario que les aseguraba la
subsistencia, pudo eximirles de este largo y penoso viaje, en la estación más
rigurosa e incómoda del año.
No ignora Jesús en qué lugar debe nacer e inspira a sus padres que se entreguen
a la Providencia, y que de esta manera concurran inconscientemente a la
ejecución de los designios. Almas interiores, observad este manejo del Divino
Niño, porque es el más importante de la vida espiritual; aprended que quien se
haya entregado a Dios ya no ha de pertenecerse a sí mismo, ni ha de querer a
cada instante sino lo que Dios quiera para él; siguiéndole ciegamente aun en
las cosas exteriores, tales como el cambio de lugar donde quiera que le plazca
conducirle. Ocasión tendréis de observar esta dependencia y fidelidad
inviolable en toda la vida de Jesucristo, y este es el punto sobre el cual se
han esmerado en imitarle los santos y las almas verdaderamente interiores,
renunciando absolutamente a su propia voluntad.
SEPTIMO DIA 22 DE DICIEMBRE
Representémonos el viaje de María y José hacia Belén, llevando
consigo, aún no nacido, al Creador del universo hecho hombre. Contemplemos la
humanidad y la obediencia de este Divino Niño que aunque de raza judía y
habiendo amado durante siglos a su pueblo con una predilección inexplicable,
obedece así a un príncipe extranjero que forma el censo de población de su
provincia, como si hubiese para El en esa circunstancia algo que le halagase, y
quisiese apresurarse a aprovechar la ocasión de hacerse empadronar oficial y
auténticamente como súbdito en el momento en el que venía al mundo. ¿No es
extraño que la humillación, que causa tan invencible repugnancia a la criatura,
parezca ser la única cosa creada que tenga atractivos para el Creador? ¿No nos
enseñará la humildad de Jesús a amar esa hermosa virtud?.
¡Ah...! Que llegue el momento en que aparezca el deseado de las naciones,
porque todo clama por este feliz acontecimiento, El mundo, sumido en la
oscuridad y el malestar buscando y no encontrando el alivio de sus males,
suspira por su Libertador. El anhelo de José, la expectativa de María, son cosa
que no puede expresar el lenguaje humano. El Padre Eterno se halla, si es
lícito emplear esta expresión adorablemente impaciente por dar a su Hijo único
al mundo, y verle ocupar su puesto entre las criaturas visibles. El Espíritu Santo
arde en deseos de presentar a la luz del día esta santa humanidad tan bella que
El mismo ha formado con tan especial y divino esmero, En cuando al Divino Niño,
objeto de tantos anhelos, recordemos que hacia nosotros avanza lo mimo que
hacia Belén, Apresuremos con nuestro deseo el momento de su llegada;
purifiquemos nuestras almas para que sean su mística morada, y nuestro s
corazones para que sean su Manis terrenal; que nuestros actos de mortificación
desprendimiento "preparen los caminos del Señor y hagan rectos sus
senderos".
OCTAVO DIA 23 DE
DICIEMBRE
Llegan a Belén José y María, buscando hospedaje en los mesones;
pero no lo encuentran ya por hallarse todo ocupado, ya porque se les desechase
a causa de su pobreza. Empero, puede turbar la paz interior de los que están
fijos en Dios. Si José experimentaba sorpresa cuando era rechazado de casa en
casa, porque pensaba en María y en el Niño, sonreíase también con tanta
tranquilidad cuando fijaba sus miradas en su casta esposa. El niño aún no
nacido regocijábase de aquellas negativas que eran el preludio de sus
humillaciones venideras. Cada voz áspera, el nido de cada puerta que se cerraba
ante ellos, era lo que había venido a buscar. El deseo de esas humillaciones
era lo que había contribuido a hacerle tomar la forma humana.
¡Oh divino niño de Belén! Estos días que tantos han pasado en fiestas y
diversiones o descansando muellemente en cómodas y ricas mansiones, han sido
para vuestros padres un día de fatiga y vejaciones de toda clase. ¡Ay! El
espíritu de Belén es el de un mundo que ha olvidado a Dios,. ¡Cuántas veces no
ha sido también el nuestro¡ ¿No cerramos continuamente con ruda ignorancia la
puerta a los llamamientos de Dios, que nos solicita convertirnos, o
santificarnos o conformarnos con su voluntad? ¿No hacemos mal uso de nuestras
penas, desconociendo su carácter celestial con que cada uno a su modo lo lleva
grabado en si? Dios viene a nosotros muchas veces en la vida, pero no conocemos
su faz, o le reconocemos hasta que nos vuelve la espalda y se aleja después de
nuestra negativa.
Se pone el sol de 24 de diciembre detrás de los tejados de Belén
y sus últimos rayos doran las cimas de las rocas escarpadas que lo rodean.
Hombres groseros codean rudamente al Señor en las calles de aquella aldea
oriental, y cierran sus puertas al ver a su madre, La bóveda de los cielos
aparece purpurina por encima de aquellas colinas frecuentadas por los pastores.
Las estrellas va apareciendo una tras otra. Algunas horas más y aparecerá el
Verbo eterno.
NOVENO DIA 24 DE DICIEMBRE
La noche ha cerrado del todo en las campiñas de Belén.
Desechados por los hombres, y viéndose sin abrigo, María y José han salido de
la inhospitalaria población y se han refugiado en una gruta que se encontraba
al pie de la colina. Seguía a la reina de los ángeles el jumento que le había
servido de humilde cabalgadura durante el viaje, y en aquélla cueva hallaron un
manso buey, dejado allí probablemente por alguno de los caminantes que habían
ido a buscar hospedaje en la cuidad.
El Divino Niño, desconocido por sus criaturas racionales, va a
tener que acudir a loas irracionales para que calienten con su tibio aliento la
atmósfera helada de esa noche de invierno, y le manifiesten con esto y con su
humilde actitud el respeto y la adoración que le había negado Belén., La rojiza
linterna que José tiene en la mano ilumina tenuemente ese pobrísimo recinto,
ese pesebre lleno de paja que es figura profética de las maravillas del altar,
y de la íntima y prodigiosa unión eucarística que Jesús ha de contraer con los
hombres. María está en oración en medio de la gruta, y así van pasando
silenciosamente las horas de esa noche llena de misterio.
Pero ha llegado la medianoche, y de repente vemos dentro de ese pesebre, poco
antes vacío, al divino Niño esperado, vaticinado, deseado durante cuatro mil
años con inefable anhelo. A sus pies se postra su Santísima Madre, en los
transportes de una adoración de la cual nada puede dar idea. José también se
acerca y le rinde el homenaje con que inaugura su misterioso e imponderable
oficio de padre adoptivo del Redentor de los hombres. La multitud de ángeles
que desciende de los cielos a contemplar esa maravilla sin par, dejan estallar
su alegría y hacen vibrar en los aires las armonías de ese Gloria in Excelsis
que es el eco de la adoración que se produce en torno del Altísimo, hecha
perceptible por un instante a los oídos de la pobre Tierra. Convocados por
ellos, vienen en tropel los pastores de la comarca a adorar al recién nacido y
presentarle sus humildes ofrendas. Ya brilla en oriente la misteriosa estrella
de Jacob, y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida de los
Reyes Magos, que dentro de pocos días vendrán a depositar a los pies del Divino
Niño el oro, el incienso, y la mirra, que son símbolos de la caridad, la
adoración y la mortificación.
¡Oh adorado Niño! Nosotros también, los que hemos hecho esta
novena para prepararnos al día de vuestra Navidad, queremos ofreceros nuestra
pobre adoración. ¡No la rechacéis! ¡Ven a nuestras almas, venid a nuestros corazones
llenos de amor! Encended en ellos la devoción a vuestra santa infancia, no
intermitente y sólo circunscrita al tiempo de vuestra Navidad, sino siempre y
en todos los tiempos; devoción que fielmente practicada y celosamente
propagada, nos conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando
nosotros todas las virtudes cristianas.